Jimmy Morales ha sido tan perverso que me hace imaginar lo que habría pasado si el destino, en vez de inclinarlo hacia la comedia, lo hubiese hecho seguir la carrera militar y alcanzara el poder en los 80, a lo mejor como general golpista. Quizás hasta Ríos Montt sería recordado con más benevolencia.
Y es que Jimmy resultó más papista que el Papa. La ciega devoción que profesa por el ejército raya en el fanatismo, y lo proyecta como un ser totalmente poseído, postrado a merced de la anacrónica doctrina de la institución castrense. Hace todo por él; gobierna por y para él.
Por supuesto, también ha actuado cual monigote dócil de los sectores conservadores, mas su fijación con el ejército sobrepasa esta relación. Desde volver a sacar el desfile del 30 de junio a las calles, hasta el incremento considerable de su presupuesto, hasta el hecho de viajar y negociar -personalmente- la compra de millonarios aviones sin seguir los procedimientos legales correspondientes. Jimmy dejó en claro que hará todo lo que esté en sus manos para darle el lugar que, en su delirante mente, cree que debe tener en nuestra sociedad.
El asunto aquí es que el ejército no es precisamente una institución modelo. Dejemos atrás los hechos de genocidio y las atrocidades de los crímenes de guerra: la corrupción, el narcotráfico y el crimen organizado la han carcomido tanto, que decisiones desproporcionadas como el Estado de Sitio hacen pensar que la intención de fondo es instaurar condiciones para que la droga transite libremente por el territorio, o bien que se esté facilitando el trabajo de las compañías de níquel y palma africana asentadas en la región.
En ambos escenarios el ejército tiene un papel protagónico, sea por sus vínculos con cárteles mexicanos y locales, o por la presencia de poderosos militares retirados ocupando cargos gerenciales dentro de las estructuras empresariales extractivas y alimenticias.
Decretar un Estado de Sitio ratifica no solo la ineptitud de este gobierno, sino también el deseo de seguirle otorgando protagonismo a una institución podrida, como el ejército de Guatemala, en detrimento de los verdaderos problemas estructurales del país.
Raya en lo absurdo que se clame por el honor y gloria de los soldados fallecidos, cuando en verdad han sido tratados históricamente por sus superiores como ciudadanos de tercera, utilizados como carne de cañón; explotados y devaluados por esa misma institución a la que Jimmy tanto defiende.
Despreciable resulta también que el primer acercamiento que muchas comunidades olvidadas como Semuy II han recibido por parte del Estado en años, sea la limitación de sus garantías. Aldeas abandonadas a su suerte, sin salud, educación ni oportunidades, con elevados índices de pobreza y desnutrición, de pronto se convirtieron en las más peligrosas y controladas del país.
La muerte de los soldados, el supuesto suicidio de uno de los presuntos responsables del zafarrancho y las heridas que sufrieron varios civiles en ese humilde caserío de El Estor son hechos que deben esclarecerse. Pero no solo debe dilucidarse lo que realmente sucedió, sino también deben identificarse los intereses que están motivando a imponer un Estado de Sitio, más allá de lo que nos quieren hacer creer como evidente.
Ocurre que el gobierno ya ha mentido antes de manera descarada en otros asuntos de trascendencia - la decisión de convertir a Guatemala en Tercer País Seguro es una de tantas-, así que hay razones fundadas para sospechar que, en este caso en particular, pasará lo mismo.
Mientras tanto, el presidente ya cargó los féretros de los caídos y rasgó las vestiduras por la institución que honra y ama. No tardará en ponerse su uniforme de soldadito para salir a supervisar los operativos en Izabal o Alta Verapaz e insistirá en la necesidad de modernizar las flotas aéreas y marítimas a costa de lo que sea.
Obediente y no deliberante. Así está Jimmy, postrado de hinojos, gobernando para el ejército y los oscuros generales.